16 febrero 1995

SARITA ESPINOZA ARAYA MI MEJOR AMIGA DE LA INFANCIA Y DE MI VIDA

Nos conocimos en el "Club del Tío Luis", remoto programa radial infantil que unió a tantos niños de Arica en la década del 60, en una sintonía que en aquellos años no alcanzamos a dimensionar.

Tu casa fue mi casa, tus hermanos los míos, incluso tus padres fueron mis padres adoptivos, teniendo yo los propios. ¡No puede haber mayor felicidad que esa donde se duplican y multiplican los afectos!.

Pero no sólo tu familia me brindo y permitió compartir sus afectos, también tus mascotas, o las de tu madre que prodigaba amor a raudales a todo ser vivo. Cómo no recordar a "Patricio", el pato que dormía bajo la cama hasta que su tamaño se lo impidió. A "Jacinto" el gallo que "peleaba" con tu madre en la cocina, o a "Chocolate" ese perrito que amamos hasta que fue envenenado y tuvimos que enterrarlo a los pies del árbol en que solíamos encaramarnos.

Mi primera borrachera fue con el vino que solía dejar tu padre en una jarra después del almuerzo y con el que competimos a quien tomaba más y gané hasta que no podía sostenerme en pie y tu con tus hermanas tuvieron que irme a dejar a casa en calidad de bulto.

Tampoco podré olvidar las pipas artesanales que fabricabas para fumarnos el picadillo de tabaco de cigarros "Ideal" que robabas a tu padre y fumábamos escondidos en el gallinero. Ni las sesiones de "taca-taca" o de "flippers" que jugábamos ganando decenas de fichas que luego cambiábamos por dinero para comer helados o ir al cine, cuando la mesada de tu padre ya la habíamos gastado. O cuando te acompañaba a jugar pocker con los viejos del barrio y como diestra jugadora literalmente los "desplumabas" y luego salíamos a comprar pasteles y toda suerte de golosinas.

Y que decir de los inolvidables días que pasábamos en la playa "Arenillas negras", donde comíamos el pescado y los mariscos que cocinaba tu madre con tanto esmero luego que tu padre lo traía recién salido del agua, y dormíamos y nos protegíamos del sol implacable en la carpa familiar, disfrutando del baño y los juegos en la arena.

Esta suerte de Paraíso terrenal que vivimos, sin duda se vió truncado por la enfermedad de tu padre que finalmente murió de cáncer, luego que se vieron obligados a viajar y vivir en Santiago para su tratamiento. Pero en este nuevo escenario, viajé miles de kílómetros en vacaciones para seguir disfrutando de ese afecto familiar, en camión, en bus o en avión, cuando el viaje por tierra duraba tres días recorriendo caminos de arena en medio del desierto más árido del mundo.

Seguimos disfrutando en tu casa de Robles con Recoleta, ya en plena adolescencia, donde conocí junto a ti la capital de nuestro país, los juegos "Diana", los cines, la Quinta Normal, el "Cerro San Cristóbal" que intentamos escalar por el lado más escarpado del barrio "El Salto" y tuvimos que desistir casi al final porque se hizo de noche y bajamos llenos de rasmillones y uno que otro golpe en las caídas cuesta abajo en la rodada.

Nunca comí tantos higos que proporcionaba tu generosa higuera o tantas sandias que traía tu cuñado de los campos de Polpaico donde trabajaba.

Hasta que nos sorprendió el golpe de estado ese fatídico 11 de septiembre de 1973 y tu casa fue mi refugio seguro, cuando preparaba mi viaje a estudiar en la URSS. Te acompañé entonces a tu primer contacto clandestino en la Iglesia Recoleta Franciscana. Pero ya los tiempos dejaron de ser apacibles y nos separamos cuando regresé a Arica a trabajar también en la clandestinidad por un corto tiempo y luego me vi forzado a salir por la frontera hacia Perú y luego a Cuba.

Las medidas de seguridad para proteger a mi familia, a mis compañeros y amigos, me obligó a ocultar mi paradero y pasaron casi 17 años de separación y ausencia en que ni una sola carta nos permitió saber el uno del otro, a pesar que mi nueva identidad llevaba tus dos apellidos, como un símbolo de la más bella amistad plagada de amor y solidaridad que tuve jamás.

Por eso cuando se inició la transición democrática y regresé a Santiago, la primera casa que visité fue la tuya. Y nos faltaron miles de horas para contarnos la vida de cada cual, pero las que vivimos fueron suficientes para recuperar y reforzar nuestros afectos y convicciones. Te habías hecho maestra, profesora de Matemáticas y Orientadora Vocacional, y como siempre impartías tus conocimientos entre los sectores más humildes con una irrenunciable vocación social.

Conocí de tu autoexilio en Mendoza, cuando recrudeció la represión y el peligro te acechaba, pero seguistes organizando y ayudando a los que también habían salido con el coraje y la decisión que te caracterizó siempre.

Supe de tu sueño de viajar a estudiar a Cuba, cuando ignorabas que allí me encontraba, y vivimos la frustración de no haberlo realizado cuando lo teníamos al alcance de la mano. Pero intentamos realizar el viaje juntos y quizo el destino que viajaras con tu hermana y sólo con mi compañía en los trámites.

En plena crisis del "período especial", llevastes la carga solidaria de 7 cajas llenas de abarrotes con alimentos y artículos de primera necesidad para igual número de familias cuyo afecto compartimos. Te recibieron como mi hermana que eras y te expresaron todo su afecto y gratitud. Y en ese viaje inolvidable te quedastes para siempre en la isla de tus sueños, esos sueños que compartimos siempre soñando despiertos.

Una mezcla de dolor y felicidad por tu partida tan plena, nos acompañó desde la noticia que me llegó en nuestra natal ciudad de Arica, luego al reencontrarme con tus cenizas y acompañarlas durante una travesía de casi una hora para despedirlas en el puerto de San Antonio frente a tu casa de veraneo como fue tu última voluntad de sumergirte en el mar antes de ascender a la eternidad, donde cada recuerdo te mantiene viva y presente en un para siempre cuyo límite es nuestra vida terrenal.
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